viernes, 23 de mayo de 2008

La Camila

Mi amada mujer ya no está, ellos se la llevaron para siempre. Hoy se cumplen tres meses y aún no puedo aceptar el hecho de que jamás volveré a ver su hermosa sonrisa ni me entregaré al onírico embrujo de sus brazos. Todas las noches sueño las inolvidables jornadas de amor cuando el aroma de nuestro sexo nos inundaba con pasión todos los sentidos hasta ahogarlos y hacerlos livianos en placeres que culminaban en un abrazo ardiente mientras que sus febriles labios me dedicaban un “te amo” en los míos al mismo tiempo que “Los Jaivas” actuaban para nosotros desde el tocadiscos. Aún está en mí la sedosidad sensual de su vientre frotándose contra el mío junto con el calor afrodisíaco que habitaba entre sus piernas. Era bella, una princesa fuera de contexto temporal y geográfico, era mi amor.
Su dolorosa ausencia es similar a la amputación de una extremidad, que aún, a pesar de los años se siente y a veces pica. Similar a ese picor es como todavía siento el peso de su cabeza en mi pecho mientras dormía, y yo, en intermitentes desvelos rogaba que nunca se moviera de ahí y que sus pies fríos buscaran el calor en los míos. Su desnudo andar por la habitación es un fantasma en mis despertares y los infinitos lunares en su blanca piel es el dibujo que nunca pude terminar.
Su vida, sus ideales, la intensidad de su ser al mantener –a riesgo de todo- la idea que nuestro suelo es tierra fértil para hombres libres y trabajadores me hacían amarla con locura, por su lucha, por sus convicciones, por su pasión.
Yo la amaba. Como nunca había amado a nadie. Aún lo hago. Pero ellos me la arrebataron.
Hace poco más de tres meses que la ciudad no es como la recuerdo, y es raro. El asfalto agrietado crea lagos en miniatura que adornan la calle Centenario, célebre por sus antiguas edificaciones resistentes al paso de los años.
Hace frío y el silencio de agravio, persecución y muerte incrementa el sentimiento de impotencia por el pasado ya inexistente que vuelve a mí de tanto en tanto, y que ahora es parte de la tortuosa vida cotidiana que me atormenta.
A lo lejos escucho pequeñas explosiones que se mezclan con gritos y me recuerdo de los años nuevos, cuando las tiras de petardos explosaban festivos y los gritos eran de felicidad. Tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac, suenan a lo lejos.
Luces intermitentes suben al negro cielo y me escondo bajo una vieja renoleta. Siento terror y frío. Persisten los gritos a la distancia y veo los pies de algunos que corren apresurados, desesperados a resguardarse del peligro del asesinato sin justicia.
Cada vez que escucho las detonaciones me estremezco así que me tapo los oídos y cierro con fuerza mis ojos en una inocente forma de evadirme de la realidad y me devuelvo al tiempo en que todo iba a ser mejor. Mejor para nosotros, no para ellos.
Los estruendos se acercan por la estrecha, oscura y solitaria calle principal, vienen desde el mar para conquistar las planicies y los cerros y, así, arrebatarnos lo único sagrado que tuvimos, tenemos y tendremos: la libertad.
Esta es la última lluvia del año, la “mata pajaritos”. El grupo de asesinos a sueldo está a muy pocos metros de mí, y su líder les ordena a viva voz revisar bajo los vehículos, detrás de la arboleda y hasta en las sombras para exterminar la plaga de indeseables.
Estoy perdido, sin embargo salgo de mi escondite y corro, corro hacia el mar y tengo la certeza que esta será la última vez que la lluvia mojará mis ropas y mi cuerpo, porque los criminales se tomaron el poder, robaron la libertad y la vida a miles de inocentes compatriotas, porque las balas de mis cobardes asesinos son incontables y nunca volaron tan rápido, porque violé el toque de queda y el capitán gritó: Maten a ese conchesumadre. Por que la metralla grita furiosa y vengativa tras de mi tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac.
Porque vivo en Chile y hoy es 15 de diciembre del año 1973.
Espérame Camila, alcancé a gritar cuando mi correr se transformó en vuelo, en un vuelo alto para reunirme con mi compañera, con mi mejor amiga. Con mi amada. Con la Camila.


lunes, 19 de mayo de 2008

El hipócrita


- Cada vez que doblo en alguna esquina, la cuidad se transforma y me entrega un contraste moderno-romántico. Por un lado está la tendencia a modernizar la ciudad y por el otro lo clásico, lo que no se vende, el negocio con el nombre de la dueña. Sin ir más lejos, a la vuelta hay un almacén típico de barrio. Verduras, cigarros, lácteos y abarrotes, aparece escrito con tiza en una pizarra. Y así llegué hasta acá, pensando en mi niñez, en mis percepciones de ese entonces y en cómo se han modificado con cada día transcurrido en el calendario.
Acerca de estas cosas me gusta escribir, nunca supe ni sabré porqué tengo el bichito que me obliga a hacerlo. Soy sólo un profesor de matemáticas de la vieja escuela, cesante para colmo, con inquietudes. Jamás hice un taller literario, no sé de conceptos ni de simbolismos, sólo pongo mi mente en blanco y le doy alguna forma a letras sueltas. Combino ideas, me nutro de lo que veo y así en adelante. Explicación simple, fácil de comprender. No requiere de mucho ingenio –le digo infructuosamente para salir del paso.
- Flaco culiao no me importa la pescá culiá que me tay vendiendo, pasa las moneas, los cigarros y toas las hueás que te dije… y te apurai conchetumare –pronunció amenazante al mismo tiempo que ondeaba su intimidador cuchillo cerca de mi cuello.
- Pero tranquilízate, podemos conversar –dije temblando- la verdad es que la plata que tengo ahora no es mía, es de mi polola.
Dice algo que no logro entender y me golpea con furia en la cara, luego me da un puñetazo en el estómago y me deja sin respiración. Caigo sobre mis rodillas, recibo un puntapié en las costillas y, mientras termino de caer, veo cuando vuelve a guardar el cuchillo entre sus ropas. Toma hábilmente mi billetera, hurga los bolsillos de mi chaqueta, me revisa el cuello y de un tirón me saca una cadena de plata que me regaló mi extinta abuela cuando salí de cuarto medio. Saca los billetes y me arroja la billetera en la cabeza.
- Sácate la chaqueta, y no me mirís conchetumare- me dice mientras me tironea los zapatos.
Como puedo me saco la chaqueta y la dejo en el suelo, no tengo fuerzas para levantar mis brazos. Recibo otra patada, pero esta vez va directo a la cabeza.
En ese momento pasa un auto y toca la bocina y mi némesis corre perdiéndose en la oscuridad de la noche. La persona del vehículo –sin importarle si estoy gravemente herido- sigue su marcha y yo quedo ahí tirado sobre un charco de agua, mientras la lluvia diluye la sangre que fluye generosamente de mi rostro.
Transcurre una eternidad antes de que tenga las fuerzas para erguirme.
Camino tambaleándome, descalzo, golpeado, mojado, humillado y con un dolor punzante en la ceja derecha.
¡Odio a los flaites de mierda! –pienso. Ni siquiera puedo decir que son animales. Por lo menos los animales no tienen conciencia. Si matan lo hacen para alimentarse, si follan en la calle, lo hacen para reproducirse, si mean o cagan es porque no tienen pudores. Todo funciona perfecto en el mundo animal. No puedo decir que los flaites son quiltros de la sociedad, eso sería ofender a los perros. Que los quiltros no tengan una raza definida no los hace delincuentes.
Conciencia, por la mierda, conciencia. Los animales no la tienen y nosotros sí, eso es lo imperdonable, reflexiono con llanto iracundo.

Camino aturdido entre los prejuicios de la gente que prefiere pensar que soy un borracho y, en vez de auxiliarme, me ignora con frialdad y me esquiva como si tuviera lepra.
Llego a la casa, golpeo la puerta. Mis calcetines deben andar por los 3 litros cada uno y me siento patético y adolorido. Mi novia me mira con espanto y rompe en llanto cuando ve mi rostro ensangrentado y enlodado.
- ¿Qué te pasó? –me pregunta mientras revisa mi ropa en busca de algún corte.
- Tranquila, no pasa nada mi amor –le digo cuando me recuesto en nuestro sillón- Es sólo que me topé con una persona que no tuvo oportunidades.
De esta forma remato y conservo mi postura de defensor de lo indefendible, y sólo yo sé que mi mojigato discurso de héroe social junto con mi orgullo, también se los llevó el flaite.