Su olor era la cosa más sensual que percibieron mis sentidos alguna vez, su piel era blanca y cabellos negros adornaban su tez. Un largo, delgado y refinado cuello hacía de puente a su cuerpo glorioso. No puedo decir que era la mujer de medidas perfectas, pero sí lo era para mí. ¡Qué mujer era ella! Miles de veces la imaginé desnuda rindiendo sus placeres a mi cuerpo y mis regocijos. Me soñaba fotografiando su cuerpo desnudo sin llegar a la vulgaridad de lo porno… sólo su piel, no su carne.
Alguna vez bajo la lluvia nos besamos y me sentí en la gloria, mis sueños escalaban una gran cima de limitaciones. Pasó el tiempo y nuestros encuentros fueron más cercanos, fueron más sexuales, juego tras juego nuestras intimidades se aproximaban… ¡Qué delicia de espera! ¡Cómo deseaba ese cuerpo y todos sus secretos!
Fue una noche de juerga llena de aromas de ron y cigarros cuando por fin pude tocar su más preciado tesoro y pude sentir la fragancia de sus placeres.
Tocaba su cuerpo y la besaba apasionadamente mientras terminábamos lo que quedaba en la botella de ron. Mi cuerpo dolía de ansias, mis ojos ardían en desespero.
Afortunadamente, y como nunca, mi casa estaba limpia y ordenada. Entramos cual estampida a la habitación que sería testigo de nuestra jornada de sexo y entrega.
La miré a los ojos con la intensidad del sol, y comencé a desnudarla, le besé el cuello y sus labios que ya no soportaban el calor del aún más cercano sexo.
- Puedes apagar la luz- me dice poniendo atajo a mi tan ansiada incursión.
- Claro, si es así como tu prefieres- le respondí a regañadientes pero aún así creyendo en una inesperada sorpresa. Torpemente se despojó de sus vestimentas, decepcionado fui al baño para ver mi aspecto, lavé mis dientes y cuando salí, la tenue luz que invadió la habitación fue motivo para que rápidamente se cubriera con las sábanas. Su reacción fue como de araña venenosa procurando las sombras. Soy hombre, por la mierda, pensé. Quiero conocer su desnudez, quiero ver la unión carnal de nuestros cuerpos. Soy hombre…
Me recosté a su lado y comencé a besarla nuevamente mientras acariciaba sus pechos alternando las caricias en su entrepierna, con mis labios fui bajando poco a poco y al llegar a sus senos una rápida mano frenó esta acción, ya no sabía qué mierda pensar, hice como si nada hubiese ocurrido y continué besando su vientre que se contraía y expandía de deseo. Ya bajando del ombligo, sus piernas me cerraron el camino que llegaba hasta el destino con el cual soñé tantas veces.
- ¿Puedo encender la luz para verte?- le pregunté con decisión.
- ¿Para qué?
- Porque he deseado verte desnuda desde que te conocí.
- No, déjala apagada, por favor.
- ¿Sabes?
- Dime…
- Tu excesivo pudor se subordina a mis instintos voyeristas.
- ¿Qué quieres decir?
- Nada, no quise decir nada- le dije aún más decepcionado. Olvídalo.
- No, dime… no me dejes con la duda.
- No importa, repentinamente me bajó un sueño atroz. Dejemos esto para otra ocasión.
- ¿Me vas a dejar con las ganas?
- Sí, así parece... buenas noches.
- Anda a dejarme a mi casa.
- Pide un taxi.
- Maricón de mierda, impotente, de seguro ya ni se te para.
- Buenas noches.
Un silencio de cementerio invadió la alcoba y por más de diez minutos sólo se escuchaban los vehículos que pasaban por fuera. De pronto una mano traviesa se adueñó de mis partes íntimas y comenzó a jugar lascivamente con ellas. ¡Qué exquisito, qué delicia! Placer y más placer… deseo al por mayor.
Lamentablemente ya no habría nuevas posibilidades con la musa de mis deseos... lamentablemente la mano traviesa no era de ella, era la mía. Para variar.