martes, 30 de junio de 2009

Minicuentos existenciales

I
- Si te envenenan, haz todo lo posible por no morirte antes de que vuelva a la casa, no quiero que entren ladrones. Dijo el amo insensible a su perro guardián. El perro movió la cola y le miró cariñosamente sin saber o entender las terribles palabras que habían salido de la boca de su “mejor amigo”.

II
Tengo miedo de tener miedo el día que llegue mi muerte. Y es por que soy un alma brillante e inmortal encerrada en carne moribunda, embutida en comida para gusanos. No digo que quiera o no quiera morir, esa no es mi decisión, mas el parangón de la agonía es la festividad enorme de la muerte.

III
Si Dios existe, si es tan todopoderoso... ¿podrá crear una roca tan grande y tan pesada que ni el mismo pueda levantar?
.
IV
Instinto. ¿Somos cazadores o somos presa? Instinto.

lunes, 8 de junio de 2009

Recuerdos de una fiesta triste

Esa noche, y como todas las otras, la gente reía, escuchaba música; de rato en rato sonaba el timbre, el dueño de casa abría la puerta y entraba otro de nuestros amigos… sin embargo no era quien yo esperaba… Y así continúa la fiesta, todos felices, todos tranquilos, menos yo… mi teléfono también, sonó un par de veces, pero no era ella quien llamaba, eran todos o cualquiera, menos ella.
Risas, cantos, bromas y yo ajeno a todo eso… dejándome una triste barba que aún no termina de crecer del todo… esperando que mientras más larga esté, menor sea mi tristeza. Pero no es así… para nada…
Ya ha pasado un buen tiempo y aún no me llama, aún no me habla… aún no llega a la fiesta para hacer que ésta sea más feliz para mi…Todas las noches la espero, no sé si algún día volverá. No sé… pero la espero.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Minicuentos de cólera

I
Los malditos bastardos celebraban sus glorias, los desgraciados bastardos le procuraban esa gloria a los malditos bastardos, los malditos bastardos comían de la vida de los desgraciados bastardos. Y así continúa la simbiosis entre bastardos.

II
El minusválido gritaba por las cosas que le habían arrebatado. Su teléfono, su libreta llena de hermosas poesías escritas a mano, su grabadora en la que tenía registrada cada uno de sus pensamientos, su manzana, pobre almuerzo para ese día.
El ladrón corría, corría, con todas las fuerzas que tenía en sus piernas, el hijo de puta reía con la felicidad que le otorga la vida. El minusválido le gritaba garabatos muy poco poéticos.

III
El enorme libro negro, ese colmado de mentiras, ese mismito, sí, el que tiene una cruz dorada en su portada, ese que tiene dos columnas en sus hojas, ese que fue escrito por hombres que necesitaban aprovecharse de la ignorancia del pueblo y, mediante maleficios “divinos”, mantener a la gente a raya para que se comportara de forma “decente”, sin fornicar, ni robar, ni mentir, ni robar, ni pelar al prójimo. Ese que te pide dar la otra mejilla después de ser abofeteado, ese que te pide que perdones setenta veces siete, ese que cuenta de resurrecciones, de milagros, de sanaciones milagrosas, ese que cuenta la historia del demente enajenado suicida que multiplicaba los panes y los peces, que convertía el agua en vino, ese que te dice que el fin del mundo se aproxima, así que más te vale estar “atento y portándote bien”. Ese que habla de un dios que se quedó dormido, o tal vez murió, o tal vez, sólo tal vez, nunca existió.

lunes, 30 de marzo de 2009

Deseo y más deseo... (I parte... y única)


Su olor era la cosa más sensual que percibieron mis sentidos alguna vez, su piel era blanca y cabellos negros adornaban su tez. Un largo, delgado y refinado cuello hacía de puente a su cuerpo glorioso. No puedo decir que era la mujer de medidas perfectas, pero sí lo era para mí. ¡Qué mujer era ella! Miles de veces la imaginé desnuda rindiendo sus placeres a mi cuerpo y mis regocijos. Me soñaba fotografiando su cuerpo desnudo sin llegar a la vulgaridad de lo porno… sólo su piel, no su carne.
Alguna vez bajo la lluvia nos besamos y me sentí en la gloria, mis sueños escalaban una gran cima de limitaciones. Pasó el tiempo y nuestros encuentros fueron más cercanos, fueron más sexuales, juego tras juego nuestras intimidades se aproximaban… ¡Qué delicia de espera! ¡Cómo deseaba ese cuerpo y todos sus secretos!
Fue una noche de juerga llena de aromas de ron y cigarros cuando por fin pude tocar su más preciado tesoro y pude sentir la fragancia de sus placeres.
Tocaba su cuerpo y la besaba apasionadamente mientras terminábamos lo que quedaba en la botella de ron. Mi cuerpo dolía de ansias, mis ojos ardían en desespero.
Afortunadamente, y como nunca, mi casa estaba limpia y ordenada. Entramos cual estampida a la habitación que sería testigo de nuestra jornada de sexo y entrega.
La miré a los ojos con la intensidad del sol, y comencé a desnudarla, le besé el cuello y sus labios que ya no soportaban el calor del aún más cercano sexo.
- Puedes apagar la luz- me dice poniendo atajo a mi tan ansiada incursión.
- Claro, si es así como tu prefieres- le respondí a regañadientes pero aún así creyendo en una inesperada sorpresa. Torpemente se despojó de sus vestimentas, decepcionado fui al baño para ver mi aspecto, lavé mis dientes y cuando salí, la tenue luz que invadió la habitación fue motivo para que rápidamente se cubriera con las sábanas. Su reacción fue como de araña venenosa procurando las sombras. Soy hombre, por la mierda, pensé. Quiero conocer su desnudez, quiero ver la unión carnal de nuestros cuerpos. Soy hombre…
Me recosté a su lado y comencé a besarla nuevamente mientras acariciaba sus pechos alternando las caricias en su entrepierna, con mis labios fui bajando poco a poco y al llegar a sus senos una rápida mano frenó esta acción, ya no sabía qué mierda pensar, hice como si nada hubiese ocurrido y continué besando su vientre que se contraía y expandía de deseo. Ya bajando del ombligo, sus piernas me cerraron el camino que llegaba hasta el destino con el cual soñé tantas veces.
- ¿Puedo encender la luz para verte?- le pregunté con decisión.
- ¿Para qué?
- Porque he deseado verte desnuda desde que te conocí.
- No, déjala apagada, por favor.
- ¿Sabes?
- Dime…
- Tu excesivo pudor se subordina a mis instintos voyeristas.
- ¿Qué quieres decir?
- Nada, no quise decir nada- le dije aún más decepcionado. Olvídalo.
- No, dime… no me dejes con la duda.
- No importa, repentinamente me bajó un sueño atroz. Dejemos esto para otra ocasión.
- ¿Me vas a dejar con las ganas?
- Sí, así parece... buenas noches.
- Anda a dejarme a mi casa.
- Pide un taxi.
- Maricón de mierda, impotente, de seguro ya ni se te para.
- Buenas noches.
Un silencio de cementerio invadió la alcoba y por más de diez minutos sólo se escuchaban los vehículos que pasaban por fuera. De pronto una mano traviesa se adueñó de mis partes íntimas y comenzó a jugar lascivamente con ellas. ¡Qué exquisito, qué delicia! Placer y más placer… deseo al por mayor.
Lamentablemente ya no habría nuevas posibilidades con la musa de mis deseos... lamentablemente la mano traviesa no era de ella, era la mía. Para variar.