“No era quién era, sino quién decía”. Así se escuchó, fue clarito como el agua, no era válido pedir explicaciones respecto a eso. Era imposible preguntar el significado de aquello. No soy un intelectual, tampoco un tontorrón, prefiero callar, no preguntar. Sólo asentí con mi cabeza y en mi cara se dibujó un rictus de entendimiento cabal aunque en mis adentros pensé “¿qué mierda significa eso?” Tomé mi vaso de ron con coca y cascabelearon los hielos que enfriaban mi brebaje y pensé en las notas indescriptibles que habían salido de esa combinación de líquidos, hielo y vidrio. Si estuviera el vaso con un poco más o menos de líquido, ¿sonaría igual? ¿Sería un sonido más agudo… más grave? Bueno, eso dejó de tener importancia en cuanto el individuo frotó su incipiente barba, miró al suelo, escupió una masa espesa, blanca, voluminosa, más que escupo parecía una esponja blanca y mal oliente. Sus dedos estaban notoriamente más negros en la unión de la carne con las uñas. Como un mecánico, porque su piel, aparte de negra (sobre todo en la unión de la carne con las uñas) estaba deshumanizadamente curtida. Más que piel parecía la costra de pan. La fricción de su barba recién asomada más la aspereza de la piel de sus manos fue como el rechinido de las uñas contra un pizarrón de madera. Como cuando se hace demasiada fuerza sobre un plato de loza con el tenedor o el cuchillo. Aaahhhh. ¡Qué molesto sonido! ¡Qué hedor imaginario emanaba de sus continuos y secos escupitajos! Qué ser más desagradable y asqueroso. Pero, a pesar de todo, dijo algo que se clavó en mis pensamientos “No era quién, sino quién decía” y se escuchaban unas risitas burlonas aquí y allá.
Su vaso estaba casi vacío, debió estar tibio… pienso que, como sabía que le quedaba poco, quería prolongar el placer de la bebida. Pero ¿qué placer puede otorgar un ron con coca tibio? Apoyó su antebrazo derecho sobre su muslo dejando el vaso entre sus piernas, su mano izquierda estaba dentro del bolsillo del pantalón, y a juzgar por los miles de pliegues que se hacían en su muñeca, pienso que debe haber sido una postura muy incómoda. Tenía la mirada perdida y la cabeza dando tumbos, miró hacia el cielo y volvió a decir: “No era quién, sino quién decía”, y nuevamente las risitas. Pasaron unos cuatro o cinco minutos y, con dificultad y tratando de no caer de su asiento, comenzó con la labor circense de sacar su mano del bolsillo. Era un corre que te pillo de torpes movimientos musculares de aquí para allá y de acá para allá hasta que logró liberar su inhumana y curtida mano. Terminado el acto y recobrando el equilibrio, comenzó a frotarse el bulto de la entrepierna, quizás recordando algún viejo amor, alguna noche de sexo o su actriz favorita… o simplemente recordando la última masturbación decente que se pudo dar en su vida.
Volvió a decir lo mismo: “No era quién era, sino quién decía”. Pero esta vez fue diferente, porque lloraba. Lloraba con un desconsuelo que no dejaba sacar sonido alguno. Sólo lágrimas, baba y mocos. Al fin durmió y toda luz se apagó y las risitas burlonas, se convirtieron en carcajadas.
Malditos celulares con cámara, pensé. Malditos rufianes que tengo por amigos que me graban en mis momentos de ebriedad absoluta. Maldita tecnología.