Inconciente y ridículamente aplastado en el suelo quedó el imbécil tras la golpiza propinada. Fueron golpes de pies y puños, certeros mangazos en todo lo que se llama hueso del hocico. Por un momento sentí que la piedad se ausentó de la ciudad por esos escasos cuatro minutos y medio. Y la vereda... la vereda, convertida en improvisado ring, fue el lienzo de un óleo grotesco de sangre y dientes caídos. De verdad que fue así.
Uf. Qué bien merecida fleta recibió este ciudadano altanero, holgazán, filibustero, embaucador, gavilán pollero, rata inmunda, paloma asquerosa, murciélago con rabia, mojón de mierda.
Me hubiese encantado ser el autor, compositor, intérprete y director de tamaña frisca… pero carezco del cuerpo, las habilidades brutales y cavernícolas que posee mi novia.
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