Es hoy y sólo por hoy que el futuro no existe ni el pasado tampoco, sólo un presente. Es mi madre, huyendo semidesnuda de una casa blanca que bajo el sol me encandila como la luz de un faro, ella llora apenas tapándose lo que puede mientras clama mi nombre que resuena en un eco que golpea interminablemente en las paredes de mi ser. Son las olas en una playa sin arena, únicamente pasto. Pasto y marea. Pasto helado y húmedo, tanto que enfría hasta mis rodillas. Yo contemplando aquel escenario irreal y mi madre sufriendo la vergüenza de su desnudez.
Una sensación ácida que me carcome por dentro y me deja vacío. Ya sé lo que es. Es la intensidad del odio. Es repulsión volcada en mi imagen, queriendo destrozar mi cara, desollarla, desangrarme, y aún así permanecer vivo para contemplar el desperdicio de la humanidad.
Es el querer y no querer una amante, una compañera. Querer por que es necesario, por que el alma me lo pide, por el instinto gregario, por llevarme con la sociedad, por saciar mis apetitos sexuales, por reproducir mis genes, por tener a quien abrazar cuando me sienta solo... No querer, por que si tuviera eso ya no querría que se acabara nunca, y como todo, nada es eterno. Como un consuelo tonto, derrotista. Poco poblado de ideas.
He aquí elevo la súplica, mi repulsivo ruego a Dios, la conversación de dos amigos. Dos amigos que nos alejamos en algún momento por que la vida me hizo pensar que no valía la pena hablar con alguien que no me respondiera. Por eso había optado no volver a hablar nunca más con El. Por el vacío de su enorme silencio.
Es la magia que resiente mis ilusiones. Por que ya no es magia nunca más, por que descubrí el truco, por que pude ver los hilos, porque mi vista fue más rápida. Ya no lo creo más.
Las noches cada vez son más largas, los días también. Cómo quisiera que se extinguieran lentamente, apenas percatarme, tal como mengua la luna, a través de una noche tras otra.
Ya estoy cansado de los demonios que se revuelcan en mi cama y no me dejan dormir. Esos demonios que se festinan de mi insomnio, me levantan, me despiertan, prenden mi cigarro, me lo hacen fumar placenteramente, mientras deseo estar durmiendo y descansando, inconciente del veneno de la conciencia.
La conciencia te mata cuando es excesiva, te corroe el alma, te oxida el temple, te vuelve débil cuando deberías ser fuerte.
Ya no quiero su demoníaca compañía, pero me es imposible expulsarlos, quisiera estar solo, pero a la vez me siento tan abandonado...
No hay más, el día transcurre lento, engorroso, casi invisible. Será que en el día duermo atrapado en los niveles de compromiso que me autopropuse. Trabajar, saludar, ser sociable, amar, ser amado, respetar, ser respetado. Ya basta... mi compañía huele pútrida, nauseabunda... No. No soy yo. Son ellos... los que me acosan... comprimen mi corazón y mis pulmones para mantenerme alerta en la noche. Saben que no quiero morir durante el velo del sueño. Saben perfectamente que quiero saber cómo he de morir.
Aún así, como resignado a mi condena aprovecho lo bueno. Abrazo la noche, confío en ella. La noche es mi confidente, me cuenta de sus secretos, y como amigos ligados profundamente, le cuento los míos, nos mantenemos así hasta que me duermo y ella, mientras, se va a al otro lado del mundo.
Todavía sueño a mi madre, tratando torpemente de cubrir su desnudez, para protegernos de la vergüenza. Todavía el grito de ella me es cristalino, aún suena en mi cabeza, aún la veo, torpe, llorosa.
No me preocupo por lo que le pasa, sólo espero que ya no sienta la incomodidad que la atormenta y hace caer sus lágrimas. Y yo, en una lejanía onírica, incapaz de consolarla, solamente me siento avergonzado... avergonzado de su cuerpo... agrietado por los años, deforme por haberme traído a esta vida. Tanto que agradecer y tanto que odiar de su transformación, aún así quisiera -en mis sueños- sentir agradecimiento, tal vez odio... pero sólo siento vergüenza.
Y tú, tan lejana a mí. Más de un día de distancia. Más de una vida de diferencias, más que una muerte de ventaja. Pero aún así te queremos con nosotros. Te amamos. Te deseamos. Te necesitamos.
Nadie espera ni quiere que seas perfecta, todos te queremos por cómo eres, por cómo luchas, por cómo vives, no me importa si tienes tres nombres o sólo uno, no me importa si tienes tres nacionalidades o ninguna, sólo me importas tú y tu sonrisa. Tu cara tu pelo que brilla como barnizado al sol. Quién eres o qué eres no importa, creo tener la capacidad del tiempo infinito para conocerte, aunque sé que no es así.
Cielo gris, nubes de tormenta, viento cálido de triste lluvia. Humo al viento, expelido de mis pulmones, lento suicidio, calor interno de invierno. Mi mejor amigo, mi compañero de alegrías y tristezas, triunfos y fracasos. Cómo te voy a extrañar! Cómo me extrañarás cuando termines de matarme.
Esta es la prueba, el triste monólogo de la vida solitaria, que teniendo compañía grata y rebosante, siente la carencia del prójimo, la necesita, la añora. La rechaza, la vuelve sueños, la despilfarra como si fuera un bien material.
Quisiera creerte, quisiera saberte, quisiera sentirte, quisiera no tener miedo… pero no quiero embobarme en la ilusión de la magia.
Una sensación ácida que me carcome por dentro y me deja vacío. Ya sé lo que es. Es la intensidad del odio. Es repulsión volcada en mi imagen, queriendo destrozar mi cara, desollarla, desangrarme, y aún así permanecer vivo para contemplar el desperdicio de la humanidad.
Es el querer y no querer una amante, una compañera. Querer por que es necesario, por que el alma me lo pide, por el instinto gregario, por llevarme con la sociedad, por saciar mis apetitos sexuales, por reproducir mis genes, por tener a quien abrazar cuando me sienta solo... No querer, por que si tuviera eso ya no querría que se acabara nunca, y como todo, nada es eterno. Como un consuelo tonto, derrotista. Poco poblado de ideas.
He aquí elevo la súplica, mi repulsivo ruego a Dios, la conversación de dos amigos. Dos amigos que nos alejamos en algún momento por que la vida me hizo pensar que no valía la pena hablar con alguien que no me respondiera. Por eso había optado no volver a hablar nunca más con El. Por el vacío de su enorme silencio.
Es la magia que resiente mis ilusiones. Por que ya no es magia nunca más, por que descubrí el truco, por que pude ver los hilos, porque mi vista fue más rápida. Ya no lo creo más.
Las noches cada vez son más largas, los días también. Cómo quisiera que se extinguieran lentamente, apenas percatarme, tal como mengua la luna, a través de una noche tras otra.
Ya estoy cansado de los demonios que se revuelcan en mi cama y no me dejan dormir. Esos demonios que se festinan de mi insomnio, me levantan, me despiertan, prenden mi cigarro, me lo hacen fumar placenteramente, mientras deseo estar durmiendo y descansando, inconciente del veneno de la conciencia.
La conciencia te mata cuando es excesiva, te corroe el alma, te oxida el temple, te vuelve débil cuando deberías ser fuerte.
Ya no quiero su demoníaca compañía, pero me es imposible expulsarlos, quisiera estar solo, pero a la vez me siento tan abandonado...
No hay más, el día transcurre lento, engorroso, casi invisible. Será que en el día duermo atrapado en los niveles de compromiso que me autopropuse. Trabajar, saludar, ser sociable, amar, ser amado, respetar, ser respetado. Ya basta... mi compañía huele pútrida, nauseabunda... No. No soy yo. Son ellos... los que me acosan... comprimen mi corazón y mis pulmones para mantenerme alerta en la noche. Saben que no quiero morir durante el velo del sueño. Saben perfectamente que quiero saber cómo he de morir.
Aún así, como resignado a mi condena aprovecho lo bueno. Abrazo la noche, confío en ella. La noche es mi confidente, me cuenta de sus secretos, y como amigos ligados profundamente, le cuento los míos, nos mantenemos así hasta que me duermo y ella, mientras, se va a al otro lado del mundo.
Todavía sueño a mi madre, tratando torpemente de cubrir su desnudez, para protegernos de la vergüenza. Todavía el grito de ella me es cristalino, aún suena en mi cabeza, aún la veo, torpe, llorosa.
No me preocupo por lo que le pasa, sólo espero que ya no sienta la incomodidad que la atormenta y hace caer sus lágrimas. Y yo, en una lejanía onírica, incapaz de consolarla, solamente me siento avergonzado... avergonzado de su cuerpo... agrietado por los años, deforme por haberme traído a esta vida. Tanto que agradecer y tanto que odiar de su transformación, aún así quisiera -en mis sueños- sentir agradecimiento, tal vez odio... pero sólo siento vergüenza.
Y tú, tan lejana a mí. Más de un día de distancia. Más de una vida de diferencias, más que una muerte de ventaja. Pero aún así te queremos con nosotros. Te amamos. Te deseamos. Te necesitamos.
Nadie espera ni quiere que seas perfecta, todos te queremos por cómo eres, por cómo luchas, por cómo vives, no me importa si tienes tres nombres o sólo uno, no me importa si tienes tres nacionalidades o ninguna, sólo me importas tú y tu sonrisa. Tu cara tu pelo que brilla como barnizado al sol. Quién eres o qué eres no importa, creo tener la capacidad del tiempo infinito para conocerte, aunque sé que no es así.
Cielo gris, nubes de tormenta, viento cálido de triste lluvia. Humo al viento, expelido de mis pulmones, lento suicidio, calor interno de invierno. Mi mejor amigo, mi compañero de alegrías y tristezas, triunfos y fracasos. Cómo te voy a extrañar! Cómo me extrañarás cuando termines de matarme.
Esta es la prueba, el triste monólogo de la vida solitaria, que teniendo compañía grata y rebosante, siente la carencia del prójimo, la necesita, la añora. La rechaza, la vuelve sueños, la despilfarra como si fuera un bien material.
Quisiera creerte, quisiera saberte, quisiera sentirte, quisiera no tener miedo… pero no quiero embobarme en la ilusión de la magia.
1 comentario:
En realidad esto es para hacer una prueba de como hacerlo
Publicar un comentario