lunes, 28 de julio de 2008

Bomberos y muertos


En la madrugada del 20 de agosto del año 1988 recibimos en mi casa un llamado telefónico. Mi madre nos informaba que su padre, mi abuelo, había fallecido. Luego de una larga y triste enfermedad ese hombre, ese anciano, había pasado a la otra vida. Hubiese querido ponerle tres monedas en cada ojo para que tuviera el dinero suficiente para pagarle a Caronte para cruzar el Estigia. No era muy complicado conseguirlas, pero de verdad no me daba la gana hacerlo. “Qué pésimo nieto eres” deben estar pensando mientras leen. Pero no es tan así. Se los aseguro.
Nuestra niñera nos consolaba a mí y a mi hermano, pero yo no quería consuelo, sólo quería que dejara de acariciarme y de decirme que mi abuelo estaba mejor ahora, que estaba descansando y esas cosas que se dicen cuando muere un ser amado. Sólo quería que dejara de hablarme para poder proseguir con mi sueño.

Al año siguiente murió un bombero muy conocido. Ya era 1990 y habían pasado cuatro años de la muerte de mi abuelo y quería ir al cementerio para medir mi valor y mis emociones. También estaba la curiosidad insaciable de un niño por descubrir los tres motivos por los cuales me llamaban la atención los bomberos:
- Trabajan como voluntarios, o sea no les pagan.
- Cuando mueren, sus funerales los realizan de noche.
Esa noche no pude resolver mis dudas así que hace poco me decidí a hablar con un amigo que es sicólogo o sociólogo me explicó el porqué de estos factores y me los resumío en seis puntos.
- Son pirómanos frustrados. Es como si se le pagara a un marihuanero por ir a una quema de yerba decomisada. Les estarían haciendo un favor.
- Son morbosos. Les encanta ir a accidentes vehiculares, ver los cuerpos reventados. Sacarles fotos mostrárselas a todos sus amigos y agrandar la historia para provocar el shock en cada convivencia o reunión social.
- Estos tres motivos son una vergüenza, por eso esperan la oscuridad de la noche para meterlos bajo tierra.
La curiosidad me llevó a seguir el cortejo fúnebre de este abnegado (¿?) funcionario y llegar al campo santo cuando la penumbra reinaba y los seres del averno salen a pasear y estirar sus rígidas extremidades.
El funeral estuvo emotivo pero también aburrido, así que sin meditarlo mucho me hice el valor para realizar un paseo nocturno por el cementerio. El itinerario se dividía en tres partes: La tumba de mi amigo de infancia y el nicho de Segundo Ahumada, mi abuelo.
Después de haber estado un rato mirando estúpidamente la tumba de mi amigo Andrés (digo estúpidamente porque pensé que mi emotividad iba a dar pie a un diálogo con un montón de huesos y cenizas), me dirigí directamente al nicho donde estaban los restos de mi “querido” abuelo. La noche estaba heladísima.
Les juro que con cada paso que daba mi determinación iba desapareciendo. A los cinco minutos de caminata cualquier indicio de valor que hube tenido se había extinguido.
Cuando llegué al nicho repasé con milimétrica precisión el velatorio ocurrido hace cinco años atrás. Mi memoria dio vueltas y volví a sentir esa amargura que me hizo derramar lágrimas ante la muerte de ese desalmado anciano. Impotencia, rencor, dolor, tristeza, ira y lástima; siete emociones que hasta el día de hoy me marean. También recordé los tres motivos que me hicieron llorar esa jornada:
- Lloré por no haber tenido el valor suficiente para decirle lo que pensaba de él cuando estaba vivo.
- Lloré porque nunca entendí la razón de su desprecio hacia mi persona.
- Lloré por el eterno vejamen de un hombre viejo hacia un niño que no tenía idea de lo bueno o lo malo.
- Lloré porque cada vez que mi madre me obligaba a visitarlo en vez de decirme “hola” me decía “ya llegó la niñita”.
En ese momento de triste reflexión y con un temor por lo sobrenatural es que ocurrió lo esperadamente inesperado: Alguien estaba detrás de mí y hedía a miles de cadáveres. No voy a negar que me oriné en el acto, incluso puedo reconocer que casi me cago.
Me di vueltas con mi pantalón mojado que ya empezaba a ponerse frío y ahí estaba mi abuelo. Lo que presencié es digno de una pelicula gore. Con su mano izquierda sostenía su brazo derecho desde el hombro, como dos brazos en uno, le faltaba un ojo que lo sostenía firmemente con su mano que tenía desocupada y que llegaba hasta el suelo y de su cuenca ocular salía una gran lombriz cuya cola asomaba por la boca que no tenía el maxilar inferior.
Me quedé paralizado al ver a mi abuelo zombie mutilado por la mortalidad. Todo se veía como en cámara lenta y logré ver sobre su hombro cómo el cortejo fúnebre se retiraba del cementerio.
Cuando nuevamente posé la mirada en el muerto viviente ya había acomodado su brazo derecho en su lugar y hurgaba en el bolsillo de su vestón hecho a medida para encontrar el mentón y toda su corrida de dientes y molares para poder encajarlo nuevamente en su cráneo.
Me armé de valor y le pregunté con un grito de temor y angustia, casi como enfrentándome al mismísimo Belcebú.
- ¡¿Por qué nunca me quisiste viejo de mierda?! ¿Te acuerdas de mis hermanos? María y Enrique… a ellos siempre los quisiste… tu cariño escaso siempre fue para ellos tres, nunca para mí. Reclamé teniendo siempre presente que si no me apuraba iba a quedarme toda la noche en ese terreno de los muertos
- Mira niñita –me dijo modulando monstruosamente- Siempre te odié porque…
No alcanzó a decir más porque su maxilar cayó nuevamente al suelo y cuando se agachó a recogerlo me hice de valor y corrí, corrí con toda mi fuerza y veía con impotencia como salían los últimos parroquianos del recinto. “Espérenme… no se vayan… no cierren, por favor”, grité como una verdadera niñita.
En eso escucho una voz de ultratumba que resonó en todo el cementerio: “Pendejo de mierda, ¿Sabes por qué siempre te odié? Porque detesto a la gente que no sabe contar”.
Menos mal que cuando llegué a la puerta todavía había un par de viejas fumando antes de subirse al minibus. Por suerte.

jueves, 17 de julio de 2008

La venganza

Quien pueda amar, también puede odiar. Ese es mi postulado. O sea, sin dios no hay demonio o algo parecido. En mi caso puedo decir que aprendí a odiar antes que a amar.

Al frente de mi casa vive un tipo. Es un croata que huyó de las múltiples guerras que deformaron su país. Es alto, corpulento, mal educado, desagradable, sin respeto y violento. Cuando yo era niño me hizo pasar infinidades de sustos. Me amenazó con pegarme; más de alguna vez me tomó del pecho y me sacudió con fuerza. Lo odio, siempre lo he hecho. Pero esta noche he de concretar mi venganza.
Mi casa tiene dos pisos, en el segundo nivel está mi habitación, tiene un ventanal en el frontis y una ventana más pequeña en su lado izquierdo. Esa tenía una hermosa vista al mar que lamentablemente fue tapada por un condominio de departamentos. La otra da directo a la casa de ese imbécil y ahí estoy parado tras la cortina observando cada uno de sus movimientos. Está sentado solo en una mesa bebiendo café y comiendo pan. Nadie lo acompaña, porque todos lo odian.
Bajo corriendo las escaleras y tomo un rifle que descansaba en el costado de la biblioteca. Mi casa luce muy extraña. Es mi casa, puede ser que la iluminación o el reacomodo de algunos muebles me provoquen esa sensación. Me dirijo raudo hacia el patio trasero, tomo una buena posición en decúbito abdominal y apunto. Los nervios no dejan que la mirilla se fije en mi objetivo, así que me calmo y respiro hondo. Mantengo la respiración y aprieto el gatillo dando de lleno en un ventanal que cae en pedazos. El siguiente tiro da sobre la madera. El tercer y definitivo da directamente en el blanco: Un hermoso vitral traído de Croacia que por años adornó el pórtico y era orgullo de ese cobarde ogro.
Me levanto apresurado y agradecido de no haber herido a algún inocente que se cruzase en mi línea de fuego. Estúpidamente dejo el rifle tirado en el patio y entro a la casa y me dispongo a observar. La gente se reúne para ver el estado en que quedó la casa después del tiroteo. Mirko gritaba de furia “Voy a matar al hijo de puta que lo hizo” “Voy a quemar su casa”, bla bla blá. Una tonelada de estupideces que dice la gente cuando está iracunda. A pesar de mis nervios me sonrío con satisfacción.
Al cabo de un tiempo llega un hombre, toma del brazo al croata y lo mete nuevamente al ante jardín y los pierdo de vista. Para tener una mejor visión de lo que acontece, vuelvo a mi habitación y ocurre lo inesperado, el recién llegado apunta hacia mi casa y le informa que desde ahí salieron los disparos. Mi sonrisa desaparece completamente y mi rostro se desfigura de angustia. Quizás un dejo de aquel miedo que fue sembrado en mi infancia.
Mirko entra a su residencia y sale cargando un revólver, cruza la calle y abre la puerta de la reja y se desplaza con cuidado pegado al ala izquierda de mi hogar. Me cambio de ventana y no veo los edificios, pero sí puedo apreciar un negro mar que se ondula amenazante. El hombre se mueve lento y con cautela. Recuerdo que dejé el rifle tirado en el patio trasero y eso significa tres cosas:
Uno: Va a quedar en real evidencia de dónde salieron los tiros.
Segundo: Mirko quedará doblemente armado.
Tercero: Voy a morir.
Rápidamente abro el cajón de mi mesa de noche y tomo una afilada daga que estaba debajo de un libro. Nuevamente bajo las escaleras y espero que la oscuridad de la noche me acompañe. Esta vez salgo por el frente tratando de no hacer ningún ruido y atacar a mi adversario por la retaguardia. Me muevo cual sombra, más sigiloso y rápido que él.
Nunca se percató cuando le di alcance. Tenía el rifle en su mano y le escuché decir: “Voy a matar a todos en esta casa”.
Con mi mano izquierda lo tomo del pelo y paso mi mano derecha y la daga por sobre su hombro y cerceno su garganta. Suelta el revólver y el rifle. Con sus manos trata de contener la sangre que brota como catarata y escurre por su pecho hasta el suelo. Cae pesadamente sobre sus rodillas y lo empujo para que finalmente quede tendido en el piso.
Me acerco y escucho el sonido grotesco y gutural de su afán por mantener la vida. “¿Quién terminó cagado, imbécil?” le pregunto burlonamente. La respuesta es el mismo sonido de antes algo más intenso probablemente. Trata de asirse a mi pie y yo miro hacia el cielo negro inmutable. Al ver que su vida aún no se extinguía, tomé el rifle y comencé a propinarle furiosos culatazos en el cráneo mientras mi inexpresiva sonrisa se manchaba de sangre. Los huesos se desbarataron y la masa amarillenta de sus sesos por primera vez sintió el frío de la noche. Ningún pedazo de hueso quedó más grande que el tamaño de una uña.
Tomé el único ojo que quedó intacto y lo apunté hacia el cuerpo inerte. “¿Puedes ver lo que pasa si te metes conmigo?”, pregunté rebosante de sarcasmo. No hubo respuesta. Y ahí estuve algunos minutos mirando mi venganza, mi obra maestra.
No sentí asco ni arrepentimiento, sólo satisfacción. Pero esa sensación no duró mucho, porque a lo lejos escuché las sirenas de la policía y ahora debía huir. Corrí riendo con locura. Salté los muros que dividían las casas y pensé en llegar hasta un arenal que estaba en las proximidades y buscar un refugio en él. La sorpresa es enorme ya que no estoy corriendo por los cerros de arena a los que estaba acostumbrado, sino que corro sobre roca sólida y estoy a una altura enorme, pero aún así corro por mi libertad. Mi huida es frenética y la locura me amenaza porque hace unos minutos era de noche y ahora parece media tarde. La roca comienza desintegrarse bajo mis pies y mis pasos son cada vez más erráticos y es en eso que caigo a un enorme precipicio cuyo fondo no puedo distinguir con mis ojos. La fuerza de gravedad me solicita con una fuerza ridícula, como si de un momento a otro pesara miles de kilos, como si estuviera siendo succionado por un hoyo negro. El final se aproxima con rapidez espeluznante y ya puedo ver el fondo. Mi vida da sus últimos giros. Mi escasa cordura grita un prolongado NOOOOOOOOOOOOO.
.
Antes del golpe me veo sentado en mi cama, bañado en un sudor frío y respirando agitadamente.
Mi habitación está en penumbras, silencio y tranquilidad.
Prendo la luz de mi mesita de noche, abro el cajón y tomo un libro. Ahí nunca hubo una daga y en mi casa jamás existió un rifle.
Qué ironía -pienso mientras busco en el libro la página para continuar con mi lectura- este imbécil está durmiendo tan profundamente que debe haber dejado escapar un par de sonoros y malolientes pedos mientras yo aún sueño con mi venganza.

miércoles, 9 de julio de 2008

El pragmático (o el afiebrado)

En algún momento tuve la impresión que fue un martes… quizás un miércoles. Da lo mismo. El caso es que fue en la tarde… o en la mañana... Quizás fue en la noche pero nunca en la mañana, no suelo levantarme muy temprano cuando estoy de vacaciones. Bueno el tema es que fue hace cuatro o cinco años, pero… a ver… hace seis años que trabajo y lo que te quiero decir ocurrió cuando estaba en la universidad, lo que me pone en un aprieto aún más grande ya que fue un proceso que duró poco más de cinco años, aunque estoy positivamente seguro que tiene que haber ocurrido en tercer o cuarto año… ¿o fue en segundo? Me complica esto del tiempo, no sé medirlo ni cuantificarlo. Me siento como si estuviera con una brújula parado justo en medio del polo norte. ¿Hacia dónde apuntaría la aguja? O sea, si estoy parado justo en el centro magnético y avanzo unos pasos, la brújula me indicaría el norte hacia donde anteriormente me marcaba el sur. O para poner un ejemplo menos complicado es como hacer un hoyo recto trazando el radio perfecto de la tierra –y obviamente olvidándome de las rocas ardientes y/o el infierno- ¿En qué punto quedaría vuelto de cabeza? Sería pasando el medio ¿no? Y el centro ¿Qué es aparte de sólo confusión?
Déjame plantearte esto desde un punto de vista más universal, considerando la inmensidad y comparando nuestro globo terráqueo con los grandes planetas de nuestro sistema solar, incluso con el sol. Somos un mundo enano insertado en un firmamento infinito; nuestra Tierra y nuestra galaxia, quedan convertidos en polvo cósmico comparado con los cuerpos celestes de tamaños colosales. Imagínate en qué calidad queda el ser humano que para viajar de Santiago a Estocolmo se demora veinticuatro horas en avión. Imagínate lo insignificantes que somos. Y esa es la insignificancia que nos obliga a creer en un dios o en varios. Aferrarnos a una religión que nos permita ser algo más que simple carne moribunda que pronto será cenizas que el viento distribuirá a su antojo para convertirnos en nada. Ni siquiera somos una célula muerta del universo. No. Ni eso somos. Y el ser humano se cree grande, poderoso. Masacran a los más débiles por gusto. Y qué hace más fuerte o más débil a un hombre. No es sólo el dinero. No es el intelecto. Es la ambición de querer ser dueños de este miserable planeta y la política y evidentemente el dinero aunque haya dicho que no hace un rato. El ser humano se quiere adueñar del tiempo, del espacio, de la ciencia, de los miedos, de la vida, de la muerte y de los sentimientos. Y en su estúpida creencia que se convierte en la más notable de las ignorancias inocentes es que se siente poderoso. Grande. Importante. Así como tú.
¿Quién te crees que eres para exigirme que me acuerde del día en que te pedí matrimonio?

martes, 1 de julio de 2008

Sólo de fútbol vive el hombre


Desde mi más tierna infancia mi mayor sueño fue jugar fútbol. No en un equipo de barrio ni con los amigos después el trabajo. Nada de eso: YO QUERIA SER FUTBOLISTA DE PROFESION.
Siempre anhelé ingresar a la cancha y sentir la ovación del público gritando los colores de mi escuadra. Tocar el pasto, entrar corriendo y hacer el signo de la cruz, alzar los brazos y quedarme ciego de tantos flashes que arrebatan en un milisegundo mi imagen para ser recuerdo de grandes y pequeños fanáticos. Presentir que el estadio se va a venir abajo de tanta pasión y alegría
Mi percepción del tiempo se dobla y recién comienzo. Parece que ayer di las primeras patadas a ese balón que me regaló mi padre cuando cumplí los seis años. Hoy que me doy cuenta de que el sacrificio -a veces- recompensa. Tanto esfuerzo y sudor, tanto entrenamiento y abandono. Vi salir el sol mientras entrenaba y presencié cómo se escondía mientras practicaba tiros libres. Me ejercité durante años. Renuncié a mis estudios tan sólo para lograr mi sueño.
Mi corazón está cubierto de incontables cicatrices por tantas desilusiones amorosas, nadie comprendió la pasión que sentía al ver rodar un balón por el pasto. Entrené de lunes a lunes, de sol a sol infatigablemente por mi sueño por más de una década. Nunca me di por vencido y ninguna de mis compañeras de amores aguantó ese ritmo frenético por hacer tangible mi deseo.
Después de tanto tiempo hoy vivo mi sueño. Hoy debuto y escucho el grito de ochenta mil gargantas unirse en un único pero estridente canto. Pero sé que este canto no es tan sólo para mí, es para el equipo, el equipo de mis amores.Veo las bengalas y en mi pecho retumba el compás del bombo dando el pulso a la fanfarria. Miles de papeles multicolores caen al césped y yo en él, posando para la foto que me convertirá en un inmortal. El himno nacional me hace llorar de júbilo y orgullo.
Nadie nunca me apoyó, todos me decía que me retirara, que estudiara, que el fútbol no era mi futuro. No tienes cuerpo, no tienes técnica, no sabes dar pases. Llevas diez años entrenando y aún no das con la red. Jamás has hecho un gol. No sabes driblear. No dominas el balón. Que esto y que lo otro.

Parece que todos tenían razón, menos yo. Nunca hice un gol ni pude eludir a un contrincante. Pero, aún así, hoy debuto: Sépanlo bien, mi nombre es Marcos Sánchez y soy la mascota del equipo.

Dedicado a mi y a todos los que alguna vez quisieron ser buenos pa’ la pelota y nunca lo lograron