jueves, 8 de noviembre de 2007

Mártires...


Creo que los mártires se ubican en diferentes categorías.
La imagen de Arturo Prat se viene a mi mente como un acto reflejo cuando pienso en el concepto de mártir. Me rebalsa la memoria esa pintura de Thomas Sommerscale, donde aparece nuestro héroe con el sable en su mano derecha, vaina desenfundada y su mano izquierda alzada ordenando a sus tropas el ataque. Es como una fotografía, la pose no es de las mejores, pero tiene acción, tiene drama. Me imagino que es justo el momento después de gritar. “Al abordaje muchachos”.
Pero tenemos más mártires, los libros de nuestra historia mencionan a muchos de nuestros ancestros que dieron su vida por la libertad.

Lautaro: Creció entre españoles, durante su adolescencia fue capturado por los españoles y obligado a trabajar en sus caballerizas. Mientras avanzaba el tiempo se fue interiorizando sobre las tácticas de guerra que utilizaba el enemigo, observó sus fortalezas y debilidades. Un día huyó y volvió a reunirse con su pueblo. Organizó ejércitos, los movilizó con el objetivo de tomarse las ciudades más importantes del país y de forma sistemática eliminar adversarios y obligarlos a la retirada. Fue traicionado por sus propios compatriotas. Murió defendiendo sus ideales y su tierra.

Caupolicán: Aguerrido indígena quien ganó su título de toqui en una competencia de resistencia. Se dice que el hombre caminó tres días y tres noches con un pesado tronco. Combatió fieramente contra las huestes españolas. Murió empalado. Alonso de Ercilla cuenta en versos en "La Araucana" que nunca mostró un gesto de dolor.

Galvarino: Cuando se enteró de la sentiencia que sería mutilado, miró con arrogancia y desafiante al jefe de los conquistadores y avanzó sin temor al lugar donde se iba a someter al cruel suplicio. Llegado el momento, colocó uno de sus brazos sobre una gruesa rama de árbol y espero el golpe del hacha. Puso enseguida con la misma calma la otra mano y entonces nuevamente desafiante puso su cabeza sobre la rama para que también se la cortasen, como eso no pasó trató de cobardes y traidores a los indígenas que ayudaban a los españoles. Luego, sangrando se fue caminando en busca de su gente.
Fue tomado prisionero nuevamente y fue condenado a ser colgado de un árbol; aunque Ercilla salió en su defensa, alegó que no quería recibir la vida de ellos y sólo sentía la muerte por no haber podido hacerlos pedazos con los dientes. Los conquistadores se exaltaron al ver la soberbia del cacique y apuraron el sacrificio. Definitivamente es mi favorito.

Miguel Enríquez: Dirigente del MIR en los años '70, quien entregó su vida en un tiroteo en contra de los militares y los servicios secretos en plena dictadura. Terroristas les decían, pero ante la violencia generada por las fuerzas armadas en nuestro país, la única respuesta fue la vía armada. Su lucha era social, revolucionaria y altruista.

Estos mártires rindieron sus vidas en aras de la justicia y la libertad. Su lucha era en búsqueda del tesoro de la igualdad, sus asesinatos eran justificados por ideales, sus sacrificios avalados por derecho y destino de una tierra propia.

Existe otra categoría de mártires. Los innecesarios. Los imprescindibles.
Luis Moyano Farías: Cabo Segundo de Carabineros, 34 años. Fue asesinado por repeler un asalto al Banco Security ubicado en Agustinas con Miraflores. Dejó una viuda y cuatro hijos. Tanto sacrificio para defender los intereses financieros de los ladrones más grandes que existen en nuestro país y que roban amparados en lo permisivo de la ley en estos asuntos.

Nunca he escuchado sobre la muerte de algún efectivo policial por defender a una dueña de casa, o por proteger a los niños de los pederastas o por rechazar el asalto al bolichito de la esquina.
Estoy pensando en el mezquino fin de ese carabinero. Medito en el sacrificio de uno de nuestros compatriotas. ¿Qué piensan sus hijos, qué piensa su esposa? Si este carabinero hubiese tenido una deuda con ese banco ¿Se la habrían perdonado? ¿De qué sirve que lo asciendan a sargento post-mortem?
Escuchar las reacciones del gobierno me resulta nauseabundo, cuestionarme los hechos me huele a putrefacto, los matices del negativismo de mis conclusiones me coronan de pesimismo.

Sólo pienso que este joven representante de la ley no tuvo en mente el viejo y conocido adagio: “Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”.

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