Y ahí está nuevamente, conminándome a observar su patética forma. Su frente y el entrecejo exponen profundas arrugas que endurecen su aspecto. Los flancos de su cara también están deteriorados. "Líneas de expresión" decía; "sin expresión no somos nada", le escuché argumentar miles de veces. Ahora parece arrepentirse de esas expresiones. Con un dedo estira la comisura de sus labios y, de reojo, ve como uno de sus molares evidencia una negrura interna que es una carie bastante avanzada. He visto pelo por pelo cómo su calva toma una graciosa forma. Sus ojos ya no tienen ese brillo al que estaba acostumbrado. Sus hombros están caídos, y sus pectorales y abdominales que alguna vez parecían tallados en madera, ahora son fofos ejemplos de la mala alimentación, la vida sedentaria y los años. Acaricia su barba de la mañana con la palma de la mano, luego con el dorso de ésta. Hay muchísimos pelos blancos. En su mano izquierda falta el dedo meñique. A mi me falta el mismo dedo en la mano derecha. Afortunadamente soy zurdo, y el diestro.
Cada día el ritual es exactamente el mismo. Pocas veces se producen modificaciones.
Aparece frente a mí, me muestra su tristeza por largos minutos, abre la llave del agua caliente, se moja la cara, esparce crema de afeitar y cuidadosamente se rasura. Enjuaga prolijamente los restos de espuma de su cara y lava sus dientes. Me muestra sus prominentes entradas y se peina de tal forma que pueda disimularlas. Yo hago exactamente lo mismo. Día a día.
Es triste ver la decadencia del ser humano, apreciar el envejecimiento.
Cada día el ritual es exactamente el mismo. Pocas veces se producen modificaciones.
Aparece frente a mí, me muestra su tristeza por largos minutos, abre la llave del agua caliente, se moja la cara, esparce crema de afeitar y cuidadosamente se rasura. Enjuaga prolijamente los restos de espuma de su cara y lava sus dientes. Me muestra sus prominentes entradas y se peina de tal forma que pueda disimularlas. Yo hago exactamente lo mismo. Día a día.
Es triste ver la decadencia del ser humano, apreciar el envejecimiento.
Recuerdo que, cuando niños, saltábamos frente a frente para poder mirarnos. Era una sincronía espectacular. Observé cómo el niño creció y se transformó en adolescente, fui testigo de su desarrollo, pude ver las primeras pelusas que salieron en sus axilas y en su pubis. Contemplé su despertar sexual.
Lo vi reír y reí con él, lo vi llorar y lloré con él. Presencié su matamorfosis de niño alegre, al adolescente entusiasta; de adulto joven emprendedor colmado de ideas e ilusiones, al hombre roído y amargado que es ahora. Y lo lamento.
Lo vi reír y reí con él, lo vi llorar y lloré con él. Presencié su matamorfosis de niño alegre, al adolescente entusiasta; de adulto joven emprendedor colmado de ideas e ilusiones, al hombre roído y amargado que es ahora. Y lo lamento.
"Puta que estai viejo, hueón" le escucho decirme repetidamente.
Ese es todo el contacto que tengo con este hombre ¿Qué hace antes o después de exponerse ante mí? No lo sé. Su vida es todo un misterio. Mi vida, otro enigma absolutamente oscuro.
Quisiera saber qué hace este sujeto cuando no lo veo.
Y si yo me introduzco en su mundo ¿Ya no se pararía frente a mí a mirarme con cara de imbécil? ¿Lograré obtener las respuestas a mi propia existencia?
Deseo atravesar el pórtico. Necesito descubrir el código, el secreto; la llave de entrada y de salida por si todo fuera peor que acá. Sé que de forma física es imposible hacerlo. No puedo abrirme paso mediante el puño. Esa estúpida idea es completamente inviable.
¿Qué es lo que me une a este individuo? No lo sé. Pero algo en mi interior me dice que nuestra relación es como el cielo en el agua.
Somos parecidos, sí. Muy parecidos. A veces creo -a riesgo de parecer un loco- que somos la misma persona. Y confieso que caería en esa estupidez si no fuera tan observador y me diera cuenta que yo soy zurdo y el es diestro. Que su pelo está siempre peinado hacia el otro lado.
Es una odiosa evidencia que me imite. Me imita con una maligna y milimétrica precisión.
Pero ya descubrí la diferencia, es él quien carga con los defectos. Su cara está ajada por los años. Su pelo ha perdido el brillo y el volumen. Su mirar es como el de un perro herido. Lastimero y patético. Le hablo, le grito. Aunque al parecer no nos escuchamos. Sólo queda el eco interminable de mis gritos en las paredes de la pequeña, blanca y fría habitación.
Muchas veces lo miro sostenidamente. Le obligo a hacer cosas, ridículas muecas. Quiero saber hasta qué punto llegará.
Muchas veces cierro mis ojos y los abro repentinamente para ver si lo sorprendo haciendo otra cosa, para ver si lo descubro en su engaño. Pero no. Ahí está mirándome tan fijo como yo a él. Con una tristeza negra ciñiéndole el rostro, sufriendo su debacle y decayendo en la mortalidad de su escencia.
Quisiera degollarlo. Ahogarlo en su sangre. Mutilar su respiración. Acabar rápidamente con su miseria. Verlo caer bañado en su espeso fluido rojo. Mirándome con cara de sorpresa. Esa cara que la gente pone cuando sabe que está muriendo pero no puede creer que le esté sucediendo.
Ver su sangre caer como catarata desde su boca y su garganta ahogando un agónico grito, galopando sobre su pecho, sus manos y brazos con la urgencia de llegar pronto al suelo, dejando en las pálidas baldosas el fragmento de una pintura abstracta que trata acerca de la tragedia de la existencia.
¿Cómo atravesar esa helada y rígida barrera? Y si pudiera hacerlo ¿Dejaré de estar en este mundo y sumaría un nuevo ser al otro?
¿De qué parte del espejo estoy? ¿Soy la persona pensante frente al espejo o sólo el reflejo de ésta?
Somos parecidos, sí. Muy parecidos. A veces creo -a riesgo de parecer un loco- que somos la misma persona. Y confieso que caería en esa estupidez si no fuera tan observador y me diera cuenta que yo soy zurdo y el es diestro. Que su pelo está siempre peinado hacia el otro lado.
Es una odiosa evidencia que me imite. Me imita con una maligna y milimétrica precisión.
Pero ya descubrí la diferencia, es él quien carga con los defectos. Su cara está ajada por los años. Su pelo ha perdido el brillo y el volumen. Su mirar es como el de un perro herido. Lastimero y patético. Le hablo, le grito. Aunque al parecer no nos escuchamos. Sólo queda el eco interminable de mis gritos en las paredes de la pequeña, blanca y fría habitación.
Muchas veces lo miro sostenidamente. Le obligo a hacer cosas, ridículas muecas. Quiero saber hasta qué punto llegará.
Muchas veces cierro mis ojos y los abro repentinamente para ver si lo sorprendo haciendo otra cosa, para ver si lo descubro en su engaño. Pero no. Ahí está mirándome tan fijo como yo a él. Con una tristeza negra ciñiéndole el rostro, sufriendo su debacle y decayendo en la mortalidad de su escencia.
Quisiera degollarlo. Ahogarlo en su sangre. Mutilar su respiración. Acabar rápidamente con su miseria. Verlo caer bañado en su espeso fluido rojo. Mirándome con cara de sorpresa. Esa cara que la gente pone cuando sabe que está muriendo pero no puede creer que le esté sucediendo.
Ver su sangre caer como catarata desde su boca y su garganta ahogando un agónico grito, galopando sobre su pecho, sus manos y brazos con la urgencia de llegar pronto al suelo, dejando en las pálidas baldosas el fragmento de una pintura abstracta que trata acerca de la tragedia de la existencia.
¿Cómo atravesar esa helada y rígida barrera? Y si pudiera hacerlo ¿Dejaré de estar en este mundo y sumaría un nuevo ser al otro?
¿De qué parte del espejo estoy? ¿Soy la persona pensante frente al espejo o sólo el reflejo de ésta?
3 comentarios:
Muy bueno, me mantuvo atento y despierto hasta el descelace, me gustó mucho, pasaré más seguido por acá.
Pasa por nuestro blog, podría haber algunas cosas que te puedan interesar.
Saludos
La raja hermano!!!!!
Na ma que decir...
Tenis que hacer algo de las jaws originales
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