martes, 10 de junio de 2008

San Antonio, 1987


31 de enero de 1987, 11.15 horas

Raúl lloraba desconsolado, sólo quería morir. El arrepentimiento, el sentimiento de culpa, el dolor y la tristeza habían desgarrado su pequeño corazón. Se odió a sí mismo con mayor fuerza que todas las tempestades juntas. Gritaba, corría y se golpeaba con furia contra las paredes de su casa. Sus delgadas piernas casi no sostenían el peso de su pequeño cuerpo, pero aún así corría. Se sentía asqueado del mundo y de la vida. Su padre lo tomó con fuerza, lo abrazó y trató en vano de consolarlo. Te odio, le gritó el niño sin entender que su papá era sólo el mensajero. Por favor, dime que no es verdad, suplicaba sin hallar consuelo. Yo quería jugar con él, repetía una y otra vez. El hombre sólo miraba a ese niño y contuvo sus lágrimas. La escena era desgarradora.
Las calles estaban desoladas. El viento pasaba a ras de piso levantando el polvo y silbando entre los cables de los postes. A parte de eso, no se oían risas ni juegos. El viento nuevamente se arremolinaba haciendo girar en círculos algunas hojas que cayeron la noche anterior. Pasó un angelito, se le oyó decir a una vieja sabia.
Ese día Raúl dejó de ser niño y sólo tenía once años.

30 de enero de 1987, 10.25 horas

Raúl y sus amigos jugaban en las calles cercanas a sus viviendas. La familia de Rodrigo se subía a su auto y partían felices a un paseo familiar. Todos felices, menos él. La tristeza amarga del desprecio nuevamente le golpeaba el alma y esta vez la estocada se la asestaron sus mejores amigos.
Se podía ver en la parrilla del auto quitasoles, frazadas, mochilas y toallas. La mamá salía apresurada con un termo rojo y una bolsa llena de huevos cocidos, el papá limpiaba el parabrisas y tarareaba una canción de Sandro. El destino era un hermoso sector campestre muy cerca de San Antonio. El lugar es realmente bello, está adornado con una infinidad árboles custodiando un hermoso y apacible tranque.
La molestia de Raúl seguía en aumento a medida que transcurría el día. Por su culpa no me dejan prender el Atari, pensaba furioso. Este otro se va de paseo y yo castigado.
El día continuó normalmente y así llegó la noche y con ella el sueño cálido y hermoso de los niños. Esa sería la última noche hermosa para Raúl.

29 de enero de 1987, 16.37 horas

Los niños rodeaban con asombro esa maravilla que la tecnología podía entregarles en ese entonces. Ya no era necesario gastar los diez pesos en comprar una ficha para jugar videos. La navidad para Raúl y su hermano, había llegado con un computador Atari 800XL. Todos los amigos de Raúl estaban impacientes esperando que cargara el caset para poder dar rienda suelta a sus habilidades. Todos excepto Rodrigo. Un niño cuyas inseguridades le habían sido enquistadas de muy pequeño. A sus nueve años estaba ahí mirando cómo todos jugaban y esperaban su turno, pero nadie le ofrecía jugar porque su torpeza lo inhabilitaba ante sus pares. De verdad era torpe y descuidado. Sus huesudas piernas siempre estaban magulladas o exhibían costras. Los pantalones parchados en las rodillas eran prueba de sus constantes caídas. Y ahí estaba: esperando.
La verdad es que Raúl lo quería como un hermano y siempre abogaba para que Rodrigo jugara aunque fuera una vez.
Ese día sería diferente y la vida de Raúl iba a cambiar para siempre.
Aquel día Rodrigo pudo jugar más de lo habitual porque no asistieron muchos niños. El entusiasmo y la entretención hicieron que los pequeños se olvidaran de comer, hacer pichí, tomar agua o lo que fuera.
Llegando el ocaso, el niño inseguro debía llegar a su casa, esas eran las órdenes de sus padres. Cuando se dio cuenta que se le había pasado la hora corrió sorpresivamente llevándose en su loca carrera computador, cables y televisor. ¡Si sólo hubieran visto en su cara la aflicción y la sorpresa! Su rostro se puso rojo de vergüenza, preocupación y miedo. El pobre no atinaba a nada, sólo temblaba culposo.
Ver todos los artefactos en el suelo provocó la ira de Raúl que sin pensarlo golpeó, insultó, humilló y expulsó de su casa a esa joya de niño cuya única culpa era ser torpe y descuidado. Rodrigo dejó asomar una lágrima pero no le dio el placer de desbordar el llanto y corrió a refugiarse a su casa.
Ya por la noche, Raúl se juntó con todos los amigos que tenían en común y les dijo que no se juntaran ni le hablaran al torpe de Rodrigo y, como el insensible y enojado niño era el dueño del Atari, sus amigos obedecieron sin cuestionar. Esa noche Rodrigo no salió y se acostó en cuanto llegó. Al otro día debía levantarse muy temprano para ir de paseo con su familia.

31 de enero de 1987, 10.50 horas

- Hijito. Raúl, despierta -decía su padre moviéndolo suavemente para despertarlo.
- Mmmhh… ¿Quéeeee? .... no… tengo sueño -dijo el niño dormitando.
- Hijito… tengo que decirte algo muy importante.
- ¿Quéeeeeeeeee...? Preguntó Raúl semi conciente e irritado.
- Hijito… Rodrigo se ahogó en el tranque. Lo siento, hijo... tu amigo murió.

2 comentarios:

Raul dijo...

Te voy a demandar weon!!!! Quien te dio permizo para utilizar mi nombre!!!!! Ademas en el 87 solo tenia 6 años weon, y no 11!!!!
En los Proximos dias seras notificado de mi demanda.
Aparte. Ese culiao del Rodrigo se pitio mi Atari...

IRM dijo...

Hermano, tu relato ha sido un viaje a un lugar y tiempo que el mismo dolor se ha encargado de borrar, algo así como una amnesia medicinal, que busca proteger nuestra integridad. Sin duda una experiencia así de seguro hace que un niño se transforme, literalmente, de la noche a la mañana en un hombre.

Tal vez los hechos que rodearon lo que le pasó a Raúl en su relación con Rodrigo es algo irrelevante, ya que la amistad siempre supera ese tipo de cosas, sobretodo entre niños, aunque lo triste es no haberse dicho cuánto se querían, antes de partir, aunque creo que Rodrigo lo sabe.