Las emociones son como los rayos. Caen en la tierra sin piedad, sin preguntar, sólo con la fuerza que tienen. Así. Tan sorpresivamente como los rayos. Tan impredecibles. A veces dañan, otras veces matan. Otras veces nos atemoriza su sonido. El temblor que provocan en nuestro interior. El vibrar inmenso. El rugir majestuoso de su perfección. Hay algunos rayos pequeños, solamente cuentan cuando los vemos. Rayos insignificantes, menores del promedio. No podemos congregarnos en familia y recordar el rayo más pequeño que hemos presenciado. Pero si contamos la vez que hubo un rayo que iluminó San Antonio como si estuviera de día. El rayo, el viento azotando las frágiles casas, anunciando una lluvia torrencial. Esos son los que se recuerdan, esos son los que dejan una marca que se proyecta al futuro.
Hoy recibí una carta… la emoción que me causó fue como un rayo partiéndome en diminutos y hermosos pedazos. Sin piedad, sin preguntarme, sólo con la fuerza que tiene. Así. Tan sorpresivamente como los rayos. Tan impredecible.
Hoy recibí una carta… la emoción que me causó fue como un rayo partiéndome en diminutos y hermosos pedazos. Sin piedad, sin preguntarme, sólo con la fuerza que tiene. Así. Tan sorpresivamente como los rayos. Tan impredecible.
No pude evitar que mi cuerpo llorara por dentro. La emoción me hizo perder la conciencia y mi noción. No era pena, no era angustia. Era como llorar riendo y reír llorando. Todo aglutinado y condensado en mi pecho. En esa caja orgánica de sensaciones.
Antes estuve en una patria donde no existían rayos. En una patria donde nada me maravillaba. Ahora estoy en un lugar donde un rayo se sucede tras otro, donde ninguno es tan chico que no lo vuelva a recordar.
Tú me llevaste a ese lugar y estoy maravillado.
Nunca había leido algo tan hermoso.
Tú me llevaste a ese lugar y estoy maravillado.
Nunca había leido algo tan hermoso.
1 comentario:
Eso es maravilloso, me alegra saberlo. También he recibido algo así.
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